Unas veces resulta muy duro despedirse;
otras, es una liberación, una auténtica maravilla.
Desde la más relajada visión de la convivencia,
deseamos estar y permanecer junto a lo que nos gusta,
convivir con aquellos que nos dan un mucho o un mínimo
de gratificación, compensación, paz o lo que para
cada uno, dentro de su esquema personal, intransferible
y por tanto no discutible,significa un valor.
Con idéntica visión, permanecer junto a lo que
nos desagrada, nos lastra e incluso a veces nos derrota,
es erosionar, cuando no destruir, lo más importante
que tenemos: nuestra propia vida.
Por eso, creo que la misma ilusión que
a veces desprendemos para exclamar un “hola”
inicio de un conocimiento y a veces incluso
de una expectativa, debemos utilizar para manifestar,
con suavidad o rotundidad, un solemne “adiós”.
Entre holas y adioses vamos conduciendo nuestra
vida y abriendo y cerrando nuestras circunstancias,
que son el escenario personal en el que se mueven
nuestros días.
Un “hola” expectante siempre es dulce y agradable,
mientras que un “adiós” concluyente siempre
es ácido y corrosivo.
Pero debemos educarnos para ambos y ser capaces
de convivir con los dos.
Porque cuando el panorama es negro de gratificación
y recuperación, lamentablemente la única posibilidad
de que el buen tiempo vuelva sólo es posible
después de manifestar un solemne y responsable
“adiós, muy buenas”, el inicio de volver a vivir.
Por Ángela Becerra