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viernes, abril 01, 2005

El novio de la muerte

Eran las 7’45 de la mañana, cuando entré en los andenes de la Estación de autobuses y comencé a oír, el eco de alguien que cantaba a todo pulmón el himno de la Legión…nada menos =))
Pensé jo! Vaya pilas que tiene el tío, tan tempranito y con que brío canta y anda que lo que canta...
Tardé en localizarlo, y allí estaba de pie en uno de los bancos, como único ocupante… en los demás había 'Overbuking'.
Era un hombre de avanzada edad, muy alto y delgado, pero fuerte. Iba ataviado con uniforme militar de camuflaje. Portaba un brick de vino tinto en una mano y un cigarro en la otra. Cantaba como si nadie le escuchara. Al oír la letra de la canción sonreí y de un enorme salto que aún no me acabo de creer, se plantó frente a mi y me dijo con lengua trabada:

'rrrrrrrrrrrrubia, no te rrrrrrías que nos vamos a morirrrr...'

Me quedé atónita, sólo atiné a decir: vaya salto!! Y justo apareció un seguridad y lo tomó del brazo, mientras, él retomó la canción (que interrumpía de vez en cuando para gritar, girando la cabeza hacia donde me encontraba parada observando): canta conmigo rrrrubia, canta, que nos vamos a morirrrr…pero esa vez, su voz sonó quebrada…
Retomé mi camino y conforme iba pasando, su voz se apagaba a mis espaldas, mientras sonaba a lo lejos una estrofa del himno (que he tenido que buscar para copiar):

...Nadie sabia su historia,
mas la Legión suponía
que un gran dolor le mordía,
como un lobo el corazón.
Mas, si alguno quien era le preguntaba,
con dolor y rudeza le contestaba:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpas de fiera,
soy un novio de la muerte
que va unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera...

1 comentario:

Lidia dijo...

Querida Alma:
Hay una poesía preciosa de Juan Ramón Jiménez que me encanta y viene muy al caso, no sé si la conoces y dice:

Y yo me iré
y se quedarán los pájaros cantando
y se quedará mi huerto
con su árbol verde y con su pozo blanco
y cada tarde el cielo será azul y plácido
y sonarán como ahora ya están sonando
las esquilas del campanario.

Se morirán los que me amaron
y el pueblo se hará nuavo cada año
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco de las barcas del baño
en un rincon oculto de mi huerto encalado
mi espíritu errará callando.

Y yo me iré, y seré otro
sin árbol verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido
y se quedarán los pájaros cantando.